martes, 15 de septiembre de 2009

Afganistán: ¿El Vietnam de Obama?

El nuevo gobierno de Barack Obama, electo con un discurso "democrático y popular", hizo de la guerra de Afganistán su caballo de batalla. Desde la campaña electoral, Obama viene defendiendo que en Afganistán se traba "la principal batalla contra el terrorismo" y que allí, a diferencia de Irak, las tropas americanas pueden salir victoriosas.

Después de asumir, Obama intensificó el esfuerzo de guerra, mandando 30.000 soldados más al país. Hoy existen 68.000 soldados estadounidenses y 32.000 de otros países de la OTAN (100.000 en total). Sin embargo, cada vez más, los EE.UU. parecen haberse metido en un atolladero: cuanto más se hunden más problemas tienen para salir.

¿Una "guerra justa"?

Obama utiliza los mismos argumentos que usó Bush: esta sería una "guerra justa" contra "el terrorismo". Él prometió "destruir, desmantelar y derrotar a Al Qaeda y a sus aliados extremistas", incluyendo a los talibanes. Otro argumento para justificar la ocupación militar, que también había utilizado Bush, sería la necesidad de impedir un nuevo régimen reaccionario y represivo del Talibán. Se destaca su represión contra las mujeres, la obligación del uso de la "burka", la prohibición de que cursen sus estudios, etc.

Sin embargo, ocho años después de la invasión al país, los hechos muestran que estos argumentos no son más que pretextos. La situación cambió sí, pero para peor. La ocupación produjo bombardeos constantes que alcanzan indiscriminadamente a la población y ya mataron decenas de miles de civiles. El régimen político, ahora presuntamente "democrático", está basado en la corrupción, en el fraude electoral, en la violencia y, sobre todo, en las tropas de ocupación. La situación de atraso del país, que genera la violencia contra la mujer no cambió, manteniéndose incluso el uso amplio de la "burka".

Eliminados estos pretextos, queda claro que el verdadero motivo para la ocupación militar fue la necesidad de EE.UU. de controlar un país clave para toda la región porque se encuentra entre Irán, las repúblicas de Asia Central que formaban parte de la ex URSS y Pakistán. Y esta guerra también tuvo que ver con el petróleo, ya que uno de sus objetivos era permitir la construcción de un oleoducto que llevaría la producción de los países de Asia Central, a través de Afganistán, directamente a los puertos pakistaníes, sin depender del transporte a través de Rusia. Cada vez es más difícil para el imperialismo defender que es "una guerra justa". Pero lo peor para él es su situación en el terreno militar y político.

Una situación militar y política que empeora

Los números hablan por sí mismos. Las tropas de EE.UU. ocupan Afganistán hace ocho años, un periodo casi 50% más largo que la participación del país en las dos Guerras Mundiales. Sin embargo, después de todo este tiempo, el Talibán (que fue depuesto del gobierno en el momento de la invasión en 2001) mantiene una actividad guerrillera permanente en casi todo el país.

Según el centro de estudios británico International Council on Security and Development (citado por O Estado de São Paulo, 11/09/2009) el Talibán actúa en el 97% del territorio. En un 80%, la presencia de insurgentes sería permanente. Este porcentaje viene creciendo rápidamente: según el mismo estudio, en noviembre de 2007 era de 54% y en 2008 de 72%. Un mapa realizado por el instituto muestra que casi la mitad del país está bajo control del Talibán o bajo riesgo de sus ataques. En los últimos meses, los insurgentes aumentaron sus ataques en el norte del país, una región hasta entonces considerada "pacífica". Las bajas norteamericanas y de los países de la OTAN viene n creciendo constantemente y este año alcanzaron su número más alto. Las tropas de ocupación controlan sólo la región de la capital Kabul, pero incluso allí no consiguen evitar ataques, como el atentado con bomba frente al cuartel general de la OTAN que mató a 7 personas.

Sin embargo, la situación militar de una guerra no puede ser explicada sino por la situación política de la cual es "la continuación por otros medios". Es en este terreno que los problemas del imperialismo son más graves. Una comparación con la guerra de Irak, donde las tropas de EE.UU ya se retiraron de las ciudades y programaron su salida definitiva para 2011, muestra que el panorama en Afganistán es tremendamente difícil para el imperialismo norteamericano.

En Irak, los EE.UU. dejaron el control del aparato estatal a la burguesía chiita, sector que es mayoría en el país, aliada a los kurdos, que controlan la región norte. Estos sectores aceptaron formar un gobierno títere manipulado por EE.UU., que asumió la reconstrucción del ejército y de la policía para que pudiesen reprimir a la resistencia. Pero, en este caso, el gobierno títere se basó en el antiguo aparato estatal, relativamente moderno y construido con el dinero del petróleo.

En Afganistán, el aparato estatal y la propia infraestructura son casi inexistentes debido al atraso del país, las dificultades geográficas y los casi treinta años de guerras permanentes, desde la invasión del país por la ex Unión Soviética. Incluso el propio ejército afgano, la más importante institución de cualquier estado, no pasa de un "rejunte" de los ejércitos de los "señores de la guerra" que controlan las principales etnias del país.

En Irak, EE.UU. pudo usar una parte de los inmensos recursos petrolíferos del país para comprar los "servicios" de la burguesía chiita y kurda. Llegó incluso a pagar 60 millones de dólares mensuales para que las milicias de la insurgencia sunita pudiesen funcionar, pero abandonando los ataques a las tropas imperialistas.

En Afganistán no existe petróleo. El opio, proveniente de las plantaciones de amapola, es el principal producto de exportación, con un valor estimado de 5.000 millones de dólares anuales. El país produce 93% de la materia prima para la fabricación de la heroína mundial. Aunque el imperialismo utilice frecuentemente las drogas como un arma política, en este caso existe un gran riesgo. Al contrario de las fuentes productoras de petróleo, no se pueden controlar las plantaciones de amapola, sobre todo en las regiones más conflictivas. Por eso, el dinero de la droga es una de las principales fuentes de financiamiento de los Talibanes. La provincia de Helmand, con fuerte presencia Talibán, produce 70% del opio afgano.

Además, el narcotráfico se infiltra directamente en el aparato de estado títere. Uno de los principales traficantes del país es Walid Karzai, hermano del actual presidente, Hamid Karzai. En este aspecto, la situación en Afganistán se parece cada vez más con Vietnam, en la década de 1960: los principales traficantes del país, Nguyen Van Thieu y Can Ky, llegaron a ser presidente y vicepresidente, respectivamente, del gobierno títere de Vietnam del Sur.

Un gobierno fantoche muy frágil

En resumen, el gobierno de Karzai no tiene un aparato estatal digno de este nombre; sobre todo, un verdadero ejército nacional. La policía se hunde en la incompetencia y la corrupción, y el tráfico de opio y heroína alcanzan los principales escalones del gobierno. Es decir, es un gobierno extremadamente frágil e incapaz de controlar el país e, incluso, de subsistir sin el apoyo permanente de las tropas de EE.UU.

Esta conclusión se hizo evidente en las últimas elecciones presidenciales del 21 de agosto. El proceso electoral costó 300 millones de dólares y mucho esfuerzo para sus organizadores, pero el resultado fue una crisis. Se calcula que sólo votaron entre 40% y 50% de los 15.600.000 electores habilitados. El resultado es muy inferior a la elección anterior (2004), cuando la participación, según los organizadores, llegó al 70%.

La abstención electoral mostró la fragilidad del gobierno afgano y de las "instituciones" creadas por el imperialismo. Basta un solo ejemplo: en la ciudad y provincia de Kandahar, en el sur del país, santuario del Talibán, la abstención puede haber llegado a un increíble 95% del millón de electores registrados, según observadores internacionales independientes.

El proceso de votación estuvo marcado por las denuncias de fraude que favorecieron el presidente Karzai, quien intenta ganar en el primer turno y evitar la prolongación de la campaña electoral hasta la segunda vuelta, el 1º de octubre. La conclusión es clara: las elecciones sirvieron muy poco al propósito imperialista de crear la imagen de un "régimen democrático" y de una situación más estable, a pesar de la guerra.

Pero no sólo las elecciones sino la existencia del propio régimen se basan en una farsa. Un proceso electoral que se realiza en un país ocupado militarmente por potencias imperialistas no puede ser democrático. Los 100.000 soldados de EE.UU. y de la OTAN son el verdadero poder en Afganistán. El gobierno de Hamid Karzai no pasa de una marioneta en manos de los generales norteamericanos que son los que dirigen de hecho el país. Basta ver que la "seguridad" de las ciudades y de los lugares de votación fue garantizada por los soldados ocupantes. Y todos los gastos de organización de las elecciones fueron pagados por los organismos que están por detrás de las tropas de ocupación. Como si eso no bastase, fue decretada una censura de prensa en los días anteriores a la elección, impidiendo que periódicos, radios y redes de TV divulgasen noticias de atentados del Talibán para no "alarmar la población".

Los EE.UU, se encuentran en un "atolladero"

El imperialismo se encuentra en un verdadero dilema: si permanece en el país se arriesga a perder cada vez más hombres y enormes cantidades de dinero, sin ninguna perspectiva de estabilizar el país. Si se va, lo más probable es que el Talibán derrote al gobierno de Karzai en pocas semanas y vuelva al poder, lo que sería inaceptable para cualquier gobierno norteamericano.

Los problemas del imperialismo no acaban ahí: el escenario de la región puede empeorar. La guerra de Afganistán se extendió a Pakistán, un país de 172 millones de habitantes, cuyo estado posee armas nucleares y cuya posible desestabilización podría comprometer toda la región.

La "contaminación" de Pakistán con la guerra se produjo por motivos geográficos, sociales y políticos. Los dos países comparten 2.400 kilómetros de fronteras que, en realidad, son producto de una división artificial promovida por el imperialismo británico. Fue artificial porque el pueblo pashtun, la mayor etnia de Afganistán (un 40% de la población del país) es la misma que está presente en Pakistán, del otro lado de la frontera, en varias provincias y territorios. Además, en Pakistán, existen más de 2.000.000 de refugiados afganos, que se concentran sobre todo alrededor de la ciudad de Peshawar.

Los insurgentes del Talibán atraviesan la frontera, porosa y muy poca vigilancia, y se refugian en el país vecino. Habían llegado a dominar una región, el Valle del Swat, donde implantaron la ley musulmana de la sharía, con acuerdo del gobierno paquistaní. Recientemente, este gobierno rompió el acuerdo y atacó al Talibán, expulsándolo del Valle. Sin embargo, esta ofensiva del ejército paquistaní generó más de un millón de refugiados paquistaníes en su propio país.

La guerra de Afganistán puede llegar a desestabilizar toda la región porque el país tiene una posición estratégica: localizado entre Medio Oriente, región poseedora de las mayores reservas petroleras del mundo, Asia Central (que también tiene importantes reservas) y el subcontinente indio. Además, las etnias que existen en el país son las mismas de los países con los cuales tiene frontera: pashtuns, 42%, con Pakistán; Hazaras, 9%, con Irán; tadjiques, 27%, con Tayikistán; uzbekos, 9%, con Uzbekistán; turcomanos, 3%, con Turkmenistán (otro 10% de la población es formado por grupos étnicos menores).

Consciente de este peligro, el gobierno Obama está intentando salir del "atolladero" con una política doble. En primer lugar, busca fortalecer su posición militar: envió 30.000 soldados más; 4.000 de ellos para la provincia de Helmand, para combatir la presencia de los insurgentes en la región, una de las más conflictivas de Afganistán. Pero su verdadero objetivo es conseguir una salida para la guerra, negociada con el Talibán. En este sentido, la ofensiva militar se subordina al segundo aspecto de la política. Es decir, el refuerzo militar busca obtener una posición más ventajosa en la negociación.

Obama sabe que el curso de esta guerra no puede ser cambiado con el envío de más tropas, salvo en una escala que no sería aceptada por la opinión pública norteamericana. Un ex agente de la CIA afirma que serían necesarios 1.000.000 de soldados para derrotar al Talibán y estabilizar el país. Hasta sectores conservadores, como el conocido columnista reaccionario del Washington Post, George Will (autor del artículo "Hay que saber cuando se debe parar"), empiezan a declararse contra la continuidad de la intervención de EU.UU. en Afganistán.

Obama tiene que soportar los problemas generados no sólo por la política de intervención militar de George W. Bush, sino por otras iniciativas imperialistas. Por ejemplo: el imperialismo ayudó a crear el propio Talibán, a través del ISI, el servicio de seguridad de Pakistán. Más tarde, este movimiento, que debería haber sido un dócil instrumento, se volvió contra el imperialismo.

Una de las ironías de esta guerra es que el reaccionario Talibán (que reprime a las mujeres, a los trabajadores y a la población en genera) lucha actualmente contra el imperialismo, armas en mano. Esta contradicción no es casual: la política sistemática de recolonización de los países periféricos y el brutal ataque militar lanzado por el gobierno Bush acabaron haciendo que una fuerza que había sido impulsada por el imperialismo, terminase enfrentándolo.

Por todos estos elementos, la política de Obama no tiene como estrategia conseguir una victoria militar, algo que, además, es imposible. Su verdadero objetivo se trasluce en las declaraciones de su enviado especial para la región: "Es posible negociar con el Talibán con el objetivo de conseguir algún acuerdo que estabilice el país".

La derrota del imperialismo significará un triunfo de los explotados

El destino de la guerra de Afganistán interesa a todos los trabajadores y pueblos explotados del mundo. Una derrota del imperialismo americano puede significar un golpe tremendo contra el opresor. Hay que luchar para que esta guerra termine siendo "el Vietnam de Barack Obama". Por ello, la LIT llama a todas las organizaciones populares y democráticas del mundo a denunciar la ocupación militar de Afganistán y a exigir la retirada de las tropas invasoras. Llamamos, en especial, a los trabajadores de los países imperialistas que mantienen tropas de ocupación en el país, como Inglaterra, Alemania y España, a que se movilicen para exigir a sus gobiernos el retiro inmediato de sus soldados.

Nosotros no somos neutros en la guerra que se está librando en Afganistán. Estamos del lado de los oprimidos y agredidos por la invasión y la ocupación imperialista. El pueblo afgano lucha para expulsar a las tropas imperialistas de ocupación y conseguir la verdadera independencia nacional del país. Por ello, sin que esto signifique dar ningún tipo de apoyo político a las posiciones del Talibán, la LIT declara su apoyo a las acciones militares de la resistencia. La lucha guerrillera que enfrenta el imperialismo, aunque esté dirigida por una organización burguesa reaccionaria, es uno de los factores fundamentales para las bajas y el desgaste de las tropas ocupantes, para la creciente caída de popularidad del gobierno Obama y para la crisis de la ocupación militar. Esta lucha militar de resistencia, junto con las movilizaciones y la presión de la opinión pública, sobre todo de los países imperialistas, es que puede infringir una derrota al imperialismo.

Secretariado Internacional de la LIT-CI
15 de septiembre de 2009

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